Manuel Del Palacio un famoso poeta satírico español del Siglo XIX, que fue desterrado a vivir en la isla por sus continuas críticas a la monarquía, publicó una narración en prosa que tituló «Un liberal pasado por agua: Recuerdos de un viaje a Puerto Rico».
Una de las descripciones que hizo fue sobre los bailes de Puerto Rico. Su experiencia la tuvo en un baile de negros en Santa Isabel.
Puerto Rico en 1867
En 1867 la población de Puerto Rico era de 656,328, (346.437 blancos y 309.891 «de color» que incluía los negros, mulatos y mestizos).
En ese año los puertorriqueños José Julián Acosta, Segundo Ruíz Belvis y Francisco Mariano Quiñones son llamados por Madrid, en sus funciones de comisionados de la Isla ante el gobierno central, para presentar un informe sobre las reformas administrativas. En este informe solicitaban la inmediata abolición de la esclavitud en Puerto Rico.
El 18 de noviembre de 1867, 20 días después de que la isla fue devastada por el huracán San Narciso, un fuerte terremoto ocurrió con una magnitud aproximada de 7.5 en la escala de Richter.
El terremoto produjo un tsunami que corrió tierra adentro cerca de 150 metros (490 pies) en las partes bajas de la costa de Yabucoa. Este sismo causó daños en numerosos edificios en la Isla, especialmente en la zona oriental.
Todo esto ocurrió un año antes del Grito de Lares, el movimiento que buscó la independencia de Puerto Rico de España.
Santa Isabel en 1867
Los hacendados estaban levantando fondos para construir el templo de la Iglesia Católica.
Por otro lado, un grupo de agricultores de este pueblo que sembraban algodón, participaron en la Exposición de París donde presentaron en la clase 42 (Productos agrícolas, no alimenticios de fácil conservación) una muestra de algodón en rama, la semilla recogida antes del tiempo de la cosecha. Estos fueron: Manuel Bernal, José Cabrera, Senovil Canevaro E, Luis Cianchini y dos vecinos con terrenos en este pueblo: Ramón Cortada (residente de Ponce) y José Useras (residente de Coamo).
El poeta
Manuel Del Palacio es considerado uno de los grandes poetas satíricos de España. Se distinguió por sus escritos sarcásticos en el terreno político, en los que arremetía con saña e ingenio contra la sociedad de la época.
En su obra «Un liberal pasado por agua. Recuerdos de un viaje á Puerto Rico’, impresa en 1868, el autor relata la historia de su destierro a la isla en 1867 como castigo a sus continuos ataques a la monarquía y a los distintos sectores políticos. El 19 de septiembre de 1868 en España se produce la «Revolución de 1868 – apodada La Gloriosa – donde derrocaron a la reina Isabel II. Manuel Del Palacio regresó a su tierra.
El texto, escrito íntegramente en verso afiladísimo, recoge desde su confinamiento en la cárcel del Saladero hasta su regreso a Europa casi un año después, donde comenzaría una carrera diplomática y sus escritos tomarían un talante visiblemente conservador.
Aquí está la transcripción de su experiencia en un baile en Santa Isabel.
Los bailes de Puerto Rico
Recuerdo de aquellos días
con sus repetidas noches
pasados, sabe Dios cómo,
en la gallera de Ponce’,
haz revivir en mi mente
con su pompa y sus colores
los mil animados cuadros
de delicioso desorden
que yo vi con regocijo
aunque desterrado y pobre.
Era un jueves; abismado
en tristes meditaciones,
viendo el Sol que trasponía
los rojizos horizontes,
dando aspecto de fantasmas
a los árboles del bosque,
cruzaba yo silencioso
de mi caballo al galope
el pintoresco camino
a quien dio ocasión y nombre
Santa Isabel de Coamo,
lugar que pocos conocen.
Delante de una cabaña
paré, al sentir los acordes
de una orquesta que no oyeron
ni Rossini, ni Bethoven.
Un violín, dos o tres tiples,
o guitarrillos informes
con una cuerda templada
a tono de desazones,
y el consabido güiro
que es (para los que lo ignoren)
una calabaza hueca
que hace más ruido que un coche,
tal era la dulce música
que me brindaban a escote
ocho o diez negras,
más negras que una moneda de cobre,
y dos docenas de amigos
entre esclavos y señores.
Até el caballo en un árbol,
bebíme casi de un golpe
medio cuartillo de brandy
que es el agua que allí corre,
y sentado en un banquillo,
entre palmadas y voces,
vi lo que verán ustedes
descrito en estos renglones.
Los bailes son a las danzas
lo que una vieja a una joven,
lo que la ceniza al fuego,
lo que al Champagne el aloque.
Entre la danza y el baile
la comparación es torpe;
la una es álgebra sublime,
y el otro partida doble.
La danza es sin duda alguna
lo que bailaron los dioses,
es el can-can sin gimnasia,
es la convulsión inmóvil.
Al ver aquellas mujeres
modeladas como el bronce,
y de tal modo vestidas
que ni aun lo preciso esconden,
enroscarse como sierpes a la cintura del hombre
siguiendo de un ritmo extraño
las lentas ondulaciones;
al mirar aquellos ojos
tan negros y brilladores
que fijos en otro cielo
pudieran pasar por soles,
la sangre se paraliza,
hierve en las venas azogue,
y no hay corazón que duerma
ni cuerpo que no retoce.
Yo, con franqueza lo digo,
por ser negro aquella noche
hubiera dado cien duros
que era mi fortuna entonces.
Prueba de lo que es la danza
es que en muchas ocasiones
rendidos y sin aliento
cual si les dieran azotes
vi relevarse a los machos
y algunos tomar el tole;
mas las hembras…
¡que si quieres;
siempre firmes como un poste!
Y este y otros episodios
me deciden a que apoye
una verdad como un templo
que sirve al caso de molde.
Un hombre con dos mujeres
puede bailar rigodones,
valses, redo vas, mazurcas,
todo lo que se le antoje;
pero la danza… ¡imposible!
¡desgraciado el que tal ose!
renovará en nuestros dias
la fábula de Laoconte.
¡Ay! De todos mis pesares
aquel que más me carcome,
es no bailar esa danza
que mis memorias absorben;
aunque bien reflexionado
por más que parejas sobren,
las blancas bailando danza
con guantes y sin escote,
junto a las Venus de asfalto
parecen Venus de adobe.
Madrid, 1868
Nota del poeta
‘ La gallera de Ponce no es otra cosa que un circo donde riñen los gallos por el día, y donde baila por la noche la gente de color.