Foto: Nativos cruzando el río 1898
Santa Isabel se convirtió en poseción de la fuerzas norteamericanas el 10 de agosto de 1898 luego del triunfo de ese ejército en Coamo. La primera tropa en llegar a Santa Isabel fue el Regimiento 16 de Pennsylvania que acampó unos días antes en el barrio Descalabrado cuando se dirigía a atacar a la Villa de Sán Blás de Illescas.
Luego el 20 de agosto llegó la Tropa «A» de New York ante las noticias de que los rebeldes habían quemado al pueblo. Esto resulto en una falsa alarma.
A los tres días, el 23 de agosto la Tropa «A» regresó a rescatar a Santa Isabel ante las noticias de otra quema del pueblo.
Estos soldados norteamericanos fueron los que estuvieron más tiempo en Santa Isabel durante la invasión norteamericana en Agosto de 1898. Esta narración está tomada del libro The History of Troop «A». En el mismo hay dos capítulos dedicados a Santa Isabel y la recepción que recibieron los norteamericanos. Se destaca el continuo énfasis en la belleza de la plaza del pueblo, llena de palmeras y flores tropicales, la amabildiad del pueblo y su pintoresco alcalde. ¡Que lo disfruten!
La segunda invasión de Santa Isabel
Por William R. Wright
«Aquí hay una oportunidad de primera clase para casarse con la impunidad. »
-Los Piratas de Penzance
A última hora del martes 23 de agosto se avisó de que al día siguiente, tres soldados serían enviados a alertar el país. Inmediatamente surgió la teoría habitual.
Se informó que una banda de bandoleros sanguinarios que estaban en las montañas, mantenían en en alerta a toda la fuerza de la caballería regular de la isla. Que se habían negado a entregarse como hicieron otros españoles. Los soñadores, mencionaron que estos bandoleros habían saqueado más aldeas de las que podrían caber en una isla tres veces el tamaño de Puerto Rico.
Nadie lo podía pronosticar, pero podría ser que tuviéramos de nuevo que sacar al puertorriqueño americano de su humilde cama e informarle que su aldea estaba convertida en una humeante masa de ruinas y pedirles que salieran a la plaza pública. Luego, mantenerlo allí tiritando en su túnica de noche, o su equivalente española, hasta que estuviéramos convencidos de que no tienen intención de dispararnos a través de sus puertas y que estuviéramos seguros que su pueblo no está en peligro.
Con el General Wilson
Sin embargo, todo se resolvió la mañana siguiente, cuando después de la aprobación, salimos del campamento cargados con cartuchos y procedimos a la sede del General Wilson. Allí nuestros dirigentes, compartieron con este eminente oficial, sus opiniones sobre la guerra. Mientras tanto nosotros los de menor rango nos alineamos a tomarnos fotografías en diversas posiciones artísticas, de acuerdo con los últimos métodos del ejército. Así mostramos que nos acordábamos de las chicas que dejamos atrás.
A juzgar por el número de fotografías tomadas en circunstancias similares, notamos que esta es una característica de los voluntarios de América, a lo largo de toda lo desagradable experiencia que hemos pasado recientemente.
En pocos minutos los grandes de nuestras fuerzas armadas, reaparecieron informándonos que los bandoleros, objeto de nuestra propuesta campaña, se habían esfumado, y que habían elegido dejarse capturar, en lugar dejarse retratar por la tropa «A». Que las aspiraciones sangrientas de algunos soldados debían ser satisfechas con la agradable tarea que a menudo hacemos: comunicar proclamas a los incautos e inofensivos nativos.
También se nos unió el Capitán Latrobe, de la «Second of Immunes» de los Estados Unidos, que deseaba estudiar los métodos de la tropa en su celebre acto de la rama de olivo. Así, preparamos para nuestra pleigrosa misión, despidiéndonos de los desafortunados que se quedaron atrás y que habrían estado muy contentos de compartir nuestros peligros y escapar por unos días del enervante «lujo» de Ponce.
Con el General Miles
(FoTO: SOLDADOS EN EL CAMPAMENTO DE PONCE)
Procedimos por la carretera militar, que tuvimos que tomar para encontrarnos con la elusiva figura del General Miles. Recorrimos muchas ligas y cansados, llegamos a la aldea conocida como «El Coto» que había sido incendiada. Allí recogimos a aquellos menos inclinados a realizar feroces hechos que los que la vista de los ennegrecidos muros podrían suscitar, pero que necesitaban mantener el fuego vivo en sus pechos.
Dejamos con el Sargento William C. Cammann, a los hombres que estaban destinados a realizar hechos gloriosos y que alegrarían a San Juan. Ellos fueron el Sargento primero Augustus R Moen, los Cabos Erving y Wright, Batcheller, Bayne, Benjamín, Coyne, Crombie, Fisher, Gillespie, Goadby y Hall, junto con un carro y cuatro mulas.
En Juana Díaz el Capitán Latrobe ordenó a sus fuerzas almorzar mostrando su satisfacción por el hecho de que un ejército «siempre se mueve por su estómago». Almorzamos, con mucho entusiasmo, en una pequeña posada pero recordando fugazmente las tortillas de tomate que habíamos dejado atrás en el campamento. A continuación, re-tomamos la marcha de nuevo con el más alegre estado de ánimo.
Rumbo a rescatar a Santa Isabel
Se anunció que Santa Isabel volvería a figurar en la historia y a todos nosotros nos llegaron los agradables recuerdos de la pequeña aldea, con su plaza llena de flores, la Iglesia Católica sin terminar y su hospitalario Alcalde y pobladores.
En el camino se procedió a difundir la noticia de nuestra llegada mediante el envío adelantado de alguien que visitó las Haciendas con una proclama del General Wilson informando a todos que debían pacificarse, a cualquier precio, de lo contrario podrían recibir disparos o ser colgados, según su estilo de arquitectura y según el tiempo que disponía la tropa. Este lenguaje cortés, pareció complacer a los lectores tanto, que siempre al pasar nos presionaban para que no quedásemos a cenar. No sabemos si por un sentido de hospitalidad, o por el deseo de congraciarse con nosotros .
Llegada y recepción
(FOTO: ALGUNOS DE LOS SOLDADOS QUE ESTUVIERON EN SANTA ISABEL)
Al llegar a Santa Isabel, a finales de la tarde, nuestro campamento se montó a la sombra del edificio de la Iglesia Católica, donde fuimos rodeados por una densa multitud que supervisaba cada una de nuestras operaciones; desde ponernos nuestros zapatos hasta atarnos nuestros pañuelos.
Cuando Fisher calmadamente se apoderó del mejor caballo del farmacéutico del pueblo y cabalgó hasta la orilla de la playa para bañarse, compitió con los recuerdos del Capitán Good. Sus «hermosas piernas blancas» desataron una emocionada admiración entre los locales. Nuestra reputación a partir de ese momento se estableció firmemente.
Bienvenida del pintoresco alcalde
Después de la cena, el Alcalde y su intérprete, visitaron nuestro campamento para darnos una impresionante bienvenida mejor que la que habíamos recibido al llegar apresuradamente. El Alcalde quería hablar con nuestro líder sobre los motivos y propósitos de nuestra visita. El Alcalde fue informado que el distrito militar de Santa Isabel, estaba en pleno funcionamiento, con el Sargento Moen como Gobernador Militar, el cabo Wright como su Secretario de Guerra (en particular las instrucciones para proteger a Arthur Goadby y Crombie de las artimañas de las muchachas del pueblo) y Sherman Hall con la onerosa situación de ser el Comisario General, con Coyne y Benjamín como asistentes.
El soldado enfermo de la hamaca
(FOTO: SOLDADO ENFERMO EN HAMACA)
Cerca de este tiempo fue cuando el Cabo Erving se enfermó, y se quedó en su hamaca debajo de la torre del campanario por el resto de nuestra estancia. Esto fue muy molestoso para él, pero para los nativos fue de eterna admiración. Estos miraban boquiabiertos su majestuosa figura reclinada. Erving contribuyó en gran medida a nuestra comodidad, ya que no permitió a ningún niño subir a la torre y tocar las campanas de la Iglesia para los servicios, salvo que previamente se comprometieran a tocarlas por un corto tiempo.
Al caer la noche se estableció «una guardia en funcionamiento». Luego descubrimos que este modelo estaba en el «Manual del soldado en guardia». En ese momento, por nuestra ignorancia, lo vimos como una sorprendente y genial manifestación por parte de Moen. El Cabo de la guardia instruyó a sus hombres sobre la forma de enfrentar, en el idioma español, cualquier imprevisto a la vista, desde un rebelde, hasta un carro – coche. Luego todos nos retiramos a descansar o más bien a la obligación de alimentar diariamente a los mosquitos, que asechan el lugar de descanso en Puerto Rico.
Le proponen casamiento
El siguiente día fue más agradable, pero lleno de eventos. El momento más interesante fue cuando el sargento Moen, a través del intérprete, recibió una oferta de matrimonio de una de las damas del pueblo de Santa Isabel. Ella también expresó su atracción por la barba de Ross Bayne, los bigotes de Louis Gillespie y Harry Batcheller, pero era evidente que para ella Moen era considerado la cabeza de todos. Como él protestó, diciendo que era indigno de esa honra, se cayó la proposición de matrimonio.
Don Ovidio y las fotos
El Alcalde vino de nuevo en la mañana y encontró que el oficial de fotógrafos estaba activamente perpetuando las localidades históricas. Siendo un pintoresco y caballero anciano, fue a la vez invitado por estos funcionarios para pasar a la posteridad tomándose una foto sentado en la plaza, entre el Sargento Moen y el intérprete, con una expresión decididamente ansiosa en su rostro, como si estuviera pensando lo doloroso e incierto que podría ser este proceso fotográfico. No obstante, resultó tan agradable que por la tarde invito al fotógrafo a su residencia, y le contó los misterios de su numerosa familia.
Intercambio de regalos
Para mantenerse bien con las autoridades locales, antes de partir en la mañana, nuestro líder le dio, a este cortés caballero, un largo y elocuente discurso que fue escuchado con absorta atención por la mitad de la población de Santa Isabel. Aparentemente no perdieron nada de su efecto, porque fue totalmente ininteligible para ellos. Al concluir, sacó una lata de corned beef y una lata de tomates y se la dio al Alcalde en medio de los vítores entusiastas de la población. Durante algún tiempo parecía como si el anciano caballero estaba totalmente dominado por la magnificencia de la donación, pero respondió regalándole a nuestro líder, un queso y un bote de mermelada, que haría que su nombre sea siempre bendecido.
Sobre el mediodía trasladamos nuestro campamento. El Secretario de Guerra estaba insatisfecho con la defensa de su campamento, y después de inspeccionar la iglesia en construcción, decidió que era insuperable tanto para la vivienda como para la defensa. Así que transferimos nuestro equipaje y posteriormente pasamos allí una de las noches más cómoda desde nuestra salida de Nueva York.
El bandido que huyó
El Capitán Latrobe había abandonado el campamento temprano por la mañana, llevándose a Benjamín y a Goadby con el propósito de capturar a un famoso bandido que había hecho su guarida en la carretera a Ponce. El grupo de valientes soldados hizo un reconocimiento cuidadoso del lugar y después de avanzar y comprobar la mayoría de los estilos de guerra moderna para cargar y capturar rebeldes, encontraron que su reputación les había precedido una vez más . El bandido se había escapado el día anterior a una isla vecina con lo cual, comprobamos el axioma de que «la Caballería A» puede luchar en cualquier lugar excepto en el mar. El Capitán Latrobe partió de Ponce y envió a su ejército de vuelta a Santa Isabel, a donde llegaron sanos y salvos e informó de que había elogiado sin restricciones, la valentía y eficacia de este grupo.
Más atenciones a los soldados norteamericanos
Durante la tarde de este día, se enviaron soldados en varias direcciones para favorecer a los nativos dando a conocer la proclama del General Wilson. Todos regresaron sanos y salvos informando de la aduladora atención que recibieron por parte de sus oyentes. Pero, regresaron con su ardor considerablemente humedecido, porque los empapó una lluvia tropical con truenos.
A su llegada al campamento se sorprendieron al ver la pequeña capilla provisional rodeada por una densa multitud, mientras que un órgano interpretaba melodías que flotaban en el aire de la tarde. Se escucharon «El Coro del Peregrino» (The Pilgrim’s Chorus) y «El caballero español» (Spanish Cavalier). La tropa desmontó de sus caballos para encontrar al sacerdote del pueblo escuchando con atención absorta las interpretaciones que los músicos hacían de nuestros números musicales. Más tarde el sacerdote fue persuadido, favoreciéndonos con el resultado y uno tras otro de sus oyentes descubrieron que tenían algo que hacer en otros lugares y silenciosamente abandonaron el lugar.
El regalo del Machete y la ofensa
(FOTO: MACHETE)
La noche trajo otra prueba de la impresión que habíamos hecho. El Sargento Moen había estado investigando donde podría comprar un hermoso machete como recuerdo de sus experiencias de guerra. Al atardecer, el Alcalde nos esperaba de nuevo, acompañado de un amigo, con la alegría habitual de los aldeanos de este pueblo. Después de un largo y florido discurso produjo un machete, que le entregó a nuestro valiente comandante con un profundo gesto y reclinando su cuerpo. Moen supuso que se lo ofrecían para inspección con el fin de adquirirlo, lo examinó dudosamente y lo entregó de nuevo una vez más, explicando a través del intérprete que no era lo suficientemente bueno. Su respuesta produjo una gran consternación entre la delegación y el intérprete se encargó de anunciar precipitadamente que era el mejor en la ciudad y se lo estaban dando gratuitamente como una prueba de amistad eterna.
Rumor, dijo que nuestro noble líder, luego de conocer el verdadero estado de la situación que enfrentaba, explicó que había sido un mal entendido del intérprete y que lo que quiso decir fue que él no era suficiente para recibir este valioso presente de sus queridos amigos. Les aseguró que el machete, era muy bueno en todo el sentido de la palabra. La delegación partió sonriendo.
La despedida
Temprano en la mañana siguiente, el 25 de agosto, desmontamos el campamento y salimos hacia Ponce con un animado saludo de despedida de nuestro amigo el Alcalde O. Colón (Ovidio). Se seleccionó a un inteligente hombre, que aparentaba ser un americano, que leía a sus compatriotas nuestra proclama difundiendo el mensaje en los caminos de las afueras del pueblo para edificación de las audiencias. Nuestra marcha se caracterizó por un incidente. El intento por parte del Comisario General Hall de virar nuestro vagón en uno de los arroyos para que el Cabo Erving que aún estaba enfermo y viajaba en el mismo, cayera al agua.
En la mañana, Ervin había usado duras palabras en relación con la comida (responsabilidad de Sherman Hall) a la cual se refirió como «frijoles embalsamados» y «huevos perpetuados». Esto había motivado este intento de venganza por parte de Sherman. El resto de los soldados impidieron la consumación de esta tragedia y Sherman vivió gracias a nosotros.
En Ponce
Poco antes del mediodía entramos al campamento para encontrarnos, como era de esperar, con la buena noticia que nos ordenaba regresar a casa. Cada uno de nosotros consideramos que los últimos días (en Santa Isabel) se encontraban entre los más agradables de todo el verano. Esto se debió a la atención y la consideración de nuestro Comandante y los esfuerzos de nuestro eficiente Comisario. ¿No es mejor ganarse la victoria sin derramar sangre, solo por nuestra mera apariencia y reputación, que vadear a través de batallas y abundantes escaramuzas? Las muertes entre nuestros adversarios podían ser mayores que los frijoles que caben en una mano. Como si hubiéramos disparado al aire cada cartucho en los cinturones de color azul.
Fuente: The History of Troop «A», New York Cavalry U. S. V, Páginas 275 -285