Foto: Campesino frenta a su bohío conversando con militar
Al llegar los norteamericanos a Puerto Rico durante la Guerra Hispanoamerican (1898) los santaisabelinos recibieron a los soldados con vítores. Hubo dos casos donde se informó que guerrilleros españoles estaban quemando el pueblo de Santa Isabel. Este relato cuenta el primero, que aparentemente fue una falsa alarma.
Las tropas del regimiento 16 de Pennsylvania fueron los primeros que entraron a Santa Isabel , en camino a la conquista de Coamo, a principios de agosto de 1898. Al poco tiempo se retiraron y el pueblo de Santa Isabel quedo solo.
Par de semanas después, otra tropa fue envíada ante informes de que rebeldes españoles estaban quemando el pueblo.
El reporte aparece narrado en un capítulo del libro «Historia de la Tropa A de New York» títulado «Santa Isabel». Comienza con un poema guerrero y termina explicando el regreso de las tropas norteamericanas que venían a rescatar el pueblo.
El Coronel Wilson escuchó rumores en San Juan de que en Santa Isabel había una banda de guerrilleros españoles quemando el pueblo.
Wilson mandó a la Tropa A de Nueva York que estaba en Ponce. Este relato escrito por Henry I. Riker, aparece en el libro sobre «La historia de la Tropa A», que fue publicado solo para los miembros de este batallón. Una copia del libro se encuentra en la biblioteca de la Universidad de Harvard.
El relato de Henry I. Riker nos revela como los santaibelinos recibieron a los norteamericanos en esta ocasión.
Santa Isabel
The clarions blared, the beacons flared,
They come!’ the wardour cried;
Keene at the calle, ycleppit alle,
Our menne at annes replied;
Through gates wide-swunge out poured our throng;
No foemanne met our ken-
With fantome hostes of fonne1esse ghostes
We foughte, and nott with menne.»
-The Gobblynnes’ Foray.
» In the midnight rings the trumpet,
Boots and Saddles’ sings it loudly;
Forth we gallop through the darkness,
Forth to save Sant’ Isabella.»
-Long after Longfellow.
Unos pocos minutos después de la medianoche del 22 de agosto, la trompeta sonó con la melodía «Boots and Saddles» (una llamada de clarín a la caballería que se utilizaba como la primera señal para montar o realizar otro tipo de formación militar) y a un cuarto para las doce, todos los soldados que no estaban de guardia salieron del campamento armados en búsqueda del problema.
La noche era clara, pero sin luna, y sólo requirió un momento para encontrar nuestro camino que corría hacia el este cerca del océano. Obtuvimos clarificación del Teniente Coudert de Ponce quien le dio ordenes al Sargento Cammann para encaminarnos y eso hicimos.
Una vez que comenzamos la marcha, «Rumor» anunció que nuestro objetivo era Santa Isabel donde una furiosa turba de guerrilleros españoles se dedicaban alegremente al asesinato, la quema y a arrebatarle la paz al pueblo.
Pasamos tres horas cabalgando y nuestro ritmo aumentaba, cada vez más, por la impaciencia de los hombres, que hacían esfuerzos, pero no lograban, mantener la distancia de la columna. Mientras, algunas de las mal montadas tropas se quedaban atrás.
Luego que pasamos una larga calzada con pantanos a ambos lados, vimos las luces por delante y comenzamos a avanzar con más cautela, dispersos, y con las pistolas en alto, nos acercamos lentamente a la luz. ¡bah!
Era solo una carreta dirigida por varios asustados nativos. De nuevo, seguimos más rápido que antes, con motivo de esta ligera verificación y muy pronto vimos por delante varias luces, Habíamos llegado a las afueras de Santa Isabel. A continuación, la tropas cerraron marcha y cabalgaron en silencio, tanto como puede hacerlo un jinete, y así entramos en la ciudad que dormía.
Detuvimos a un solitario policía y este a su manera, juró que no sabía de la perturbación, pero Salinas estaba sólo a dos millas de distancia. Por otra parte, Salinas tenia fama de ser un mal lugar, el problema pudo haber ocurrido allí. Así que una pequeña parte de la tropa fue enviada a buscar en Salinas. En el ínterin todas las carreteras que conducían a la ciudad (de Santa Isabel) fueron ocupadas por puestos de soldados. Los dos oficiales del Cuerpo de Señales (telegráficas) que nos acompañaron subieron a los postes del telégrafo para enviar un mensaje y comunicarle al General Wilson que alguien le hizo una broma y que no había problemas a la vista.
El General mantuvo su admirable temperamento, muy bueno para una persona que fue despertada a las tres de la mañana, y con unas pocas y dulces palabras nos agradeció de nuevo a través del telégrafo, nuestra velocidad y buen trabajo. Nos ordenó regresar cuando sintiéramos que fuera conveniente hacerlo.
Cerca de las cinco de la mañana, el otro grupo regresó de Salinas, después de haber caminado por una hora hacia el este sin descubrir ningún signo de una ciudad, los caballos estaban cada vez más cansados y no pudieron obligarlos a continuar.
Cuando sonaba la diana encontramos una larga mesa cubierta con montones de pan, tazones de café y cestas de huevos en la hermosa plaza pública (de Santa Isabel) rodeada de toda clase de encantadoras flores tropicales y palmeras. Esto se lo debimos a la previsión de nuestro teniente quien seleccionó al extraño como comisario. Después de cinco minutos de conversación con la familia del Alcalde (Ovidio Colón) dijeron que el extraño debía ser un antiguo hermano perdido y tomó muy poco tiempo para establecer su relación de «cuñado» con el resto de la tropa.
Después del desayuno, «Langosta» (un caballo) y algunos de los otros animales fueron llevados por su amo a pastar, mientras que todos los sabios y embrujados soldados se agruparon alrededor del trompetista y escucharon de «Robber’s » una deliciosa narración de una horca en Nuevo Mexico.
Todos recordamos que comenzó diciendo «Cuando yo estaba en el Cuarto de Caballería……», y terminó con «Y no pude dormir durante semanas después.»
Cerca de las ocho de la noche comenzamos el viaje de regreso con un viento feroz detrás de nosotros. La carretera corría muy cerca del océano.
Después de unas dos horas de recorrido, nuestro comandante comentó lo maravilloso que sería darnos un baño en el mar, nuestras sonrisas de aprobación de repente obscurecieron los cielos. Luego nos bañamos …¡Como disfrutamos el baño! Fue a esa hora en que una grulla muy larga con poderosas patas se nos acercó volando y estuvo cerca de ser alcanzada por un disparo, pero se alejó de nosotros dirigiéndose directamente hacia el interior. No nos atrevimos a dispararle por temor a herir a algunos Generales españoles en San Juan, poniendo así fin a la tregua.
Las dos de la tarde nos dio en el campamento con los caballos en buenas condiciones, a pesar de haber recorrido cuarenta y ocho kilómetros en catorce horas; no está mal para el trópico.
Fuente: The History of Troop «A», New York Cavalry U. S. V.: From May 2 to November, William C. Cammann, F. Lawrence Lee, Edward Liddon Patterson, Stowe Phelps, Irving Ruland – Spanish-American War, 1898 – 1899, Páginas 250 – 253